Los recipientes del vino, del ánfora al barril de roble

Desde al antiguo Egipto, los recipientes que se usaban para transportar los líquidos más apreciados, como el aceite y el vino, eran ánforas de arcilla y barro que, gracias a sus dos asas superiores, eran fáciles de manejar. Sin embargo, su transporte era complicado, por tierra, al ser tan frágiles se rompían, y en barco se transportaban en las bodegas cubriendo parte del suelo con arena y enterrando parcialmente la base cónica del ánfora.

Al no ser un recipiente hermético, cuando el ánfora contenía vino, se oxidaba demasiado rápido y tenía que consumirse antes de que se estropeara.

No sería hasta el siglo I a. C, cuando los romanos conquistan La Galia y se dan cuenta de que los galos almacenaban y transportaban la cerveza en barricas de madera de roble, que en esa época era muy abundante en Europa. Su fabricación era similar a la de los barcos, humedeciendo y calentando las tablas para darles la forma deseada. Y aunque usaron otras maderas como haya, cerezo, pino o castaño, al final se decantaron por el roble. Una madera resistente, fácil de moldear y que aportaba al vino unos aromas característicos, como canela o vainilla, que procedían del tostado de la madera y realzaban su sabor.

De esta forma las barricas de roble se convirtieron en el sustituto ideal de las ánforas de arcilla y barro, y los romanos trasportaron el vino por todo el imperio.

Cuando en el siglo XVI se consolida el comercio con el Nuevo Mundo, las barricas de roble adquieren una importancia vital, aumentando su tamaño de unos 250 litros hasta los 500 y 600 litros.

En España fue el Marqués de Murrieta y Marqués de Riscal el que introdujo la utilización de las barricas de roble para el envejecimiento de los vinos, en el siglo XIX.

El uso del roble americano para la fabricación de barricas no se popularizó hasta los años 50 y 60 del siglo pasado, con la característica de tener los poros más abiertos.

En Bodegas Federico realizamos el proceso de crianza de nuestros vinos Tinto Federico en barricas de roble americano, donde van adquiriendo sus singulares aromas y su inigualable sabor.

El Tinto Federico Roble duerme 8 meses en barrica de roble americano; Tinto Federico Crianza madura 14 meses en barrica de roble americano; Tinto Federico Reserva permanece 14 meses en barrica de roble americano antes de su paso a botella, donde permanecerá otros 24 meses; y por último, nuestro Tinto Federico Gran Reserva, que tiene una crianza de 24 meses en barrica de roble americano y 36 meses en botella.